El invierno llegaba a su fin. Los narcisos, almendros y cerezos estaban florecidos y nubes oscuras como continentes se enredaban entre los pináculos y cúpulas de la catedral andina buscando atravesar al oriente cuando la prematura muerte de Jaime Bezares conmovió hasta sus cimientos a la industria vinícola del país: porque todavía no alcanzaba los sesenta años de edad y le quedaba mucha cuerda y energía para seguir trabajando e innovando como lo había hecho durante toda su vida profesional; porque fue un pionero de la industria ?nadie olvidaba que había sido uno de los primeros que introdujo tanques de acero inoxidable para la fermentación y guarda del vino a temperatura controlada e importó barricas de 225 litros de roble francés limousin para la crianza de los vinos de reserva, relegando así a los viejos toneles a raulí a otros usos?; porque también fue un adelantado a su tiempo en la comercialización internacional de vinos, designando una red de importadores y distribuidores en países claves del mundo, que dieron a la Viña Bezares una ventaja apreciable sobre sus competidores, hasta ese momento imposible de contrarrestar; y por último, y quizás lo más importante para muchos, porque siendo estricto, disciplinado y tesonero, era un buen hombre. |